jueves, 14 de julio de 2011

Jaime Viñals



Un salón con más de quinientas personas, varias grabadoras listas para recoger sus palabras, muchas cámaras fotográficas dispuestas a llevarse su imagen como inspiración. Éste representa el nuevo reto de Jaime Viñals cualquier mañana. Ésta es una cima con la que no contaba cuando empezó el camino de la montaña. El montañista que aprendió de sus miedos, de sus limitaciones y hasta de sus defectos en solitario, ahora se dedica a motivar a otros a hacer lo mismo. Supe de Jaime Viñals y de sus hazañas por medio de la prensa. Cada vez que había alguna noticia suya en las páginas deportivas, el recorte llegaba a un sitio de honor en la puerta de mi refrigerador. Y es que la cocina es el centro de operaciones de mi hogar.
Todas las personas que pasaban por allí, leyeron, comentaron y admiraron a nuestro incansable escalador de cumbres. Así, seguramente, en los sitios de honor de cada hogar guatemalteco. Saber que uno de los nuestros andaba sorteando tanto peligro por alcanzar su sueño, nos infundía una especie extraña de admiración, de orgullo y de solidaridad. Luego, tuve oportunidad de conocerlo y participar en este proyecto hermoso de poner en palabras una parte importante de su recorrido vital. Lo acompañé a que diera sus charlas motivacionales, vi sus fotos, me emocioné con los videos en el canal Discovery de televisión, leí sus libros anteriores, compartí con su bella familia, entrevisté a la gente que se acerca a escucharlo. En varias ocasiones, me sorprendió que las personas comparten un sentimiento inicial cuando lo conocen:pero, si es tan pequeño, me parece curioso cómo a los héroes se les atribuyen características desmesuradas en el imaginario colectivo.
Que Jaime Viñals no sea un gigante de dos metros de estatura está muy bien. Que seamos un pueblo de manos pequeñas aún mejor. Porque sabemos que el tamaño no importa a la hora de realizar grandes sueños. Que unas manos pequeñas quizá sean más diestras, y así, escuchando los comentarios de las personas que se acercan a verlo, entiendo la necesidad que tenemos como sociedad de figuras que nos recuerden que es posible alcanzar nuestras metas. En países pequeños como el nuestro, muchas cosas están por hacerse todavía. Aún hay suficiente espacio para la probabilidad. Una niña indígena que jugaba con figuritas de lodo puede convertirse en embajadora de la paz ante el mundo. Un niño tímido que hacía dibujos en las paredes se puede convertir en un premio Nóbel de Literatura. Un niño pequeño que le tenía miedo a las alturas puede alcanzar la cima del Monte Everest. Muchas historias nuestras nos ilustran la capacidad para la imaginación. La creatividad compensa nuestro tamaño compacto. A lo mejor, ese tamaño fue también, el que salvó a nuestro montañista de la muerte blanca, allá en el techo del mundo.

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